domingo, 25 de septiembre de 2011


Era tan ingenua. Como los mosquitos que se acercan a plantas carnívoras, seducidas por ese olor, atrapadas por esas garras, presas, muertas en medio del éxtasis. Por eso nunca se fijó bien en las dobles intenciones. Confiaba y se tiraba al abismo sin paracaídas ni colchones. Confiaba tanto que llego a creer en el final feliz de la novela. Cayó tantas veces al abismo que al final aprendió a volar. Así, sin mas.
Un día los gritos [*esos putos gritos*] la mandaron al vació, caía, caía, lloraba, lloraba y no sabia si lloraba porque caía o caía porque lloraba. El caso fue que de tanto llorar y caer se le secaron las lágrimas y le salieron alas para subir, subir, sonreír, sonreír y no sabia si sonreía porque subía o subía porque sonreía.
Ahora dice que ha madurado y no volverá a caer bajo los gritos ajenos.
No volvió a llorar y por supuesto: no dejo de volar.
Es una mujer madura que aprendió a volar y sonreír cada vez que que quería llorar y dejarse caer.
Lo que no sabe es que llorar también es subir y sonreír tambien es caer.
Pobre ...

... sigue siendo tan ingenua.

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