domingo, 10 de febrero de 2013

No vuelvo a olvidar quien soy.



Nadie puede definir quien eres. Nadie. 
La sensación más bonita del mundo, después del amor, claro está, es aquella de encontrar el tesoro perdido, ese que ha estado allí, contigo, toda tu vida. No vuelvo a olvidar que me gusta encerrarme en libros, que la mermelada de piña es mi favorita y que puedo volar. "Porque desde aquí, soy libre". No vuelvo a dejar que aquellos pensamientos inunden mi mar de sueños y de apenarme de lo que soy. Sí, me estaba apenando de querer pintar todas las paredes blancas con bonitos colores y dibujos de sueños que si no se sueñan se apagan y si se apagan ya no habrá nada en el mundo que pueda prenderme. Había olvidado que siempre he sido una soñadora, una aventurera de cuentos imposibles, la maga sin el sombrero y la historia sin fin. Había pensado que podía sobrevivir sin cuentos imposibles, con sombreros y sin historias divertidas. Había olvidado que mis propios cuentos, mis propios mundos, me habían salvado tantas veces de estar sola en el pavimento... Y vivir sin ellos, no es vivir. Yo no quiero eso. He estado tanto tiempo bajo la sombra de un mal árbol que se había plantado justo encima de mí y no me dejaba despegar los pies del suelo, aparte, claro, de no dejarme recibir ni luz, ni calor, ni ganas de ver más allá de sus ramas. Descubrí que la jardinera de aquél árbol siempre había sido yo. Descubrí que si yo misma no lo cortaba nadie más iba a hacerlo por mí. ¿Cómo pude demorarme tanto tiempo en entenderlo? Estaba pensando en cosas tan banales e inherentes a mi vida que no me preocupaba en derrumbarlo. Pero hoy desperté y fue más fácil que dejar de fumar. (Que ironía, antes pensaba que logar mi felicidad sería más dificíl que dejar de fumar y ya he logrado ambas cosas). Me di cuenta que todo lo que necesito para ser feliz está en mí. Soy mi propia máquina de sonrisas.





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